lunes, 25 de mayo de 2015

El triunfo de una nueva aristocracia

por Guillermo Makin (*)

UN MODELO PARA POCOS

Desde que asumió el gobierno de coalición entre conservadores y liberaldemócratas en mayo de 2010, se han profundizado la desigualdad y las recetas que achican el Estado en favor de las finanzas y el sector privado. La evasión impositiva y los beneficios fiscales para las minorías más poderosas se amplían al ritmo de los recortes del gasto público, y en particular, del gasto social. El descontento es contenido por medio del encarcelamiento y la venia de los principales medios de comunicación con el gobierno. No obstante, los perjuicios de un modelo sostenido en una economía improductiva se manifiestan también en su política externa, que no consigue disimular su decadencia.

Vale la pena ocuparse del Reino Unido ya que es un país que crea instituciones y atraviesa procesos que posteriormente surgen en otros países. Tal es el caso de la monarquía constitucional, la creación del primer banco central, la revolución industrial, la sociedad postindustrial, llegando, en la actualidad, al surgimiento de una sociedad bajo la influencia del enorme sector financiero que genera el 14,6% del PIB, mientras que en Alemania y Francia representa un valor menor al 5%. La hiperpoderosa City londinense genera problemas: socializa pérdidas y privatiza ganancias, sin sonrojos, con pocas objeciones y sin ningún plan de reforma por parte del sistema político.. Las que siguen son algunas de las características de un sistema que, tal vez, pueda repetirse en otros países.

Poder oligárquico

El mecanismo que impulsa el sistema británico lo identificó el historiador Sir Lewis Namier, al explicar que la Inglaterra del siglo XVIII era el gobierno “de una aristocracia morigerada por disturbios”. En este siglo, según Ferdinand Mount (1), una “aristocracia actualizada” sigue en el poder. El ideólogo thatcherista parece haberse asustado del monstruo que contribuyó a crear en los 80 y que el laborismo no quiso desarmar cuando gobernó entre 1997 y 2010.

En 2014 el poder lo ocupa una coalición conservadora- liberaldemócrata, una novedad –salvo durante los períodos de guerra– que refuerza este elitismo característico. Tanto el primer ministro, David Cameron, como la mayoría de su gabinete fueron a colegios de élite, como Eton, donde también asistieron los príncipes William y Harry. Hasta el ministro de Educación Michael Gove y un diario archi-conservador como el Daily Mail se quejaron de este elitismo en el gobierno. De ahí que se perciba como una realidad y no como una reliquia feudal un gobierno de pocos para beneficio de pocos, que vigila los intereses de una elite privilegiada y variopinta que rige un reino cada vez menos unido.

Comencemos desde arriba: el príncipe Carlos de Gales  reformó su herencia centenaria, el ducado de Cornwall, y la transformó en un holding. Margaret Hodge, presidente de la Comisión de Cuentas Públicas de la Cámara de los Comunes, cuestionó la equidad del arreglo por el cual el príncipe paga impuestos voluntariamente. Ante eso, se alzaron algunas tímidas voces de protesta pero nada cambió para el heredero a la Corona.

El sistema también beneficia a empresas nuevas como Google, Starbucks, Café Nero, Amazon, o a individuos como Philip Green, dueño de las cadenas de ropa Top Shop y Dorothy Perkins. La mayoría de estas empresas evaden impuestos, según publican los medios, pero nada cambia. Algunos casos son ilustrativos, empezando por Amazon, cuyas ventas en 2013 totalizaron U$S 7,24 mil millones pero sólo pagó impuestos por U$S 7,06 millones (0,9 %). Green cobró un dividendo de U$S 2,2 mil millones, pero evitó pagar U$S 505 millones por residir en Montecarlo. Asimismo Barclays, un banco de vieja estirpe y rectitud cuákera, ahora es famoso por dedicarse a su propia evasión impositiva y la de sus clientes, al igual que el HSBC, según el Tax Justice Network, que estima que ambos bancos evitaron pagar U$S 4,37 mil millones.

Esta difundida práctica delictiva de evadir impuestos agresivamente parece menor cuando se tiene en cuenta que los bancos británicos, desde 1991, venían manipulando a su favor la tasa LIBOR que afecta transacciones financieras en todo el mundo. El monto de la estafa es una cifra incalculable de trillones de dólares. En este caso sí, la Reserva Federal en Estados Unidos y el Banco de Inglaterra, el banco central británico, impusieron multas por centenares de millones de dólares y ajustaron la legislación regulatoria. Claro que, comparado con el monto de un fraude mundial que duró décadas, las multas son ínfimas y se recaudaron tarde. Ambos bancos centrales demostraron tener conocimiento del delito, confirmando que el delito de guante blanco recibe penas y multas leves.

Richard Brooks (2) sostiene que el Estado británico es cómplice de los evasores y que la estimación gubernamental de que se evaden U$S 6,6 mil millones anuales, es sólo una fracción del total. Este diagnóstico coincide con un estudio de la TUC (Trades Union Congress), que sostiene que la evasión anual de individuos llega a U$S 20,19 mil millones y la de las compañías a U$S 21,88 mil millones. Sumas que, de recaudarse, cancelarían 43% del déficit fiscal de U$S 156 mil millones, equivalente al 5,8% del PIB en 2013 según la ONS (Oficina Nacional de Estadísticas). Por su parte, Tax Justice Network calcula que se evaden U$S 67 mil millones anuales y concuerda en que el Estado británico es cómplice.

El nuevo presidente del Banco de Inglaterra, el canadiense Mark Carney, dijo mientras era presidente del Banco Central Canadiense que la acumulación por parte de compañías de gran cantidad de dinero en efectivo, en su mayoría en paraísos fiscales, constituye “dinero muerto”. Claro que no ha dicho qué hará para combatir tal fenómeno. Por el momento, se limitó a llamar a las empresas a tener una conducta más ética y no buscar sólo la ganancia cortoplacista.
Aunque la renuencia a pagar impuestos no es monopolio británico, la City londinense, con su red de paraísos/guaridas fiscales en colonias británicas, ha llevado el asesoramiento y la implementación de la evasión a un grado de perfección inigualable. Esta red internacional de la City explica que la decadencia no sea más dolorosa y acelerada; desde los 70 sustituye al Imperio perdido en los 50 y 60 como un sistema alternativo para succionar recursos hacia el Reino Unido desde el resto del mundo.

El primer ministro Cameron se queja de que estas prácticas corroen la confianza pública en la capacidad del Estado de gestionar los asuntos públicos, pero al igual que sus predecesores laboristas, es renuente a realizar reformas impositivas. Alega, con razón, que las reformas requeridas, para ser efectivas, deben tener alcance mundial. No obstante, en la intimidad del G20, son el Reino Unido y Estados Unidos quienes impiden la sanción de medidas que apoyan los demás países.
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Según dijo Lynn Forester de Rothschild, CEO del holding homónimo, en el Financial Times (20- 05-14), se registra un cambio en la opinión pública: el 61% del electorado votaría por el partido que prometiera ser más duro con el “big business”. La pregunta es qué partido lo propondrá. El laborismo se ha volcado hacia el centro, alejándose del socialismo. No parece ideológicamente dispuesto a ofrecer medidas capaces de hacer frente al problema y está lejos de Thomas Piketty, el economista estrella que tanto desvela a la derecha británica que no logra rebatirlo.

Dogma conservador y austericidio

Desde que asumió en mayo de 2010, el gobierno de coalición sigue una política afín a su dogma conservador: reducción de las dimensiones del Estado, recortes al gasto público y particularmente al gasto social, que beneficia a los sectores de menores ingresos.

Entre 2012 y 2015 los cortes sumarán U$S 210 mil millones. Paralelamente, en el presupuesto de 2012 se redujo la tasa que deben pagar los mayores contribuyentes del 50% al 45%, alegando que era necesario premiar la iniciativa privada.

Las maniobras para evadir impuestos que se detallaron anteriormente prueban que el Reino Unido sigue siendo algo muy parecido a lo que decía Namier. Pero a diferencia del siglo XVIII, en la actualidad los disturbios desaparecieron por la drástica aplicación de penas. Según la BBC, en agosto de 2010, hubo unos 3.000 arrestos, de los cuales 1.715 fueron procesados con inusual celeridad. El 65% recibió condena de prisión, un porcentaje que carece de precedentes (en general ronda el 10%).

Las rebeliones estudiantiles que se produjeron en varias ciudades cuando se suplantó el sistema de becas prevaleciente desde la Segunda Guerra Mundial por un sistema de préstamos fueron reprimidas con la misma dureza. El ejemplo más sonado fue el de Charlie Gilmour, de la Universidad de Cambridge, hijo adoptivo del guitarrista de Pink Floyd, David Gilmour, quien fue condenado a 16 meses de prisión. La sentencia fue confirmada pese a las protestas de profesores que temían que la severidad de la pena desalentara a otros estudiantes a manifestarse, y a pesar de los alegatos de los abogados de primer nivel que pagó el padre. Así, la protesta social que prometía dificultarles las cosas a conservadores y liberaldemócratas se diluyó debido a lo duro de las condenas judiciales.

La City de Londres también actualizó los mecanismos de ingeniería financiera para asegurar mayores ganancias a los ejecutivos que administran las empresas, en congruencia con un gobierno que gestiona para el beneficio de una minoría. El Sunday Times publicó en mayo de 2014 la lista de los súper ricos. Allí se revela que residen en Londres 104 billonarios en libras, es decir personas con fortunas que exceden los U$S 1.680.000.000 cada uno (3), acumulando U$S 505 billones. Moscú tiene 48 y Nueva York menos todavía: 43.

Otro problema que aqueja a la economía británica es el inexplicable desapego a las ideas de quien quizás sea el economista británico más influyente del mundo, John Maynard Keynes. Tras seguirlo en la posguerra, el clima ideológico viró hacia la derecha bajo el thatcherismo. Desde entonces prevalecen recetas que buscan reducir el gasto público, recurren a la tercerización conduciendo al deterioro de la calidad de los servicios, pero paradójicamente fracasan en la reducción de la deuda pública y el déficit fiscal.

Paul Krugman, el premio Nobel de Economía, cataloga a los británicos de austericidas. Alega, en The New York Times, que “es realmente asombroso” que un crecimiento de la economía de sólo un 3% en 4 años se exhiba como un gigantesco triunfo político. La BBC, pese a su supuesta autonomía protegida por ley, se une a los demás medios mayoritariamente conservadores para proclamar el renovado crecimiento económico machacado por el gobierno de coalición, con un ojo puesto en las elecciones de mayo del 2015. Las cifras sin embargo presentan una realidad muy distinta. La deuda pública, que los laboristas redujeron al 44,5% del PIB en 2008, trepó espectacularmente cuando hubo que salvar a los bancos –negligentemente mal regulados por el laborismo–, llegando al 67% cuando asumió el gobierno de coalición en 2010. Desde entonces, la deuda, según la ONS, trepó al 90,6% del PIB en 2014.

Sin embargo, las elecciones regionales y al Parlamento Europeo del 22 de mayo de 2014 sirvieron para castigar al gobierno. El nuevo partido anti Unión Europea y antiinmigración, el UKIP, estableció un record: superó a los partidos tradicionales, obteniendo 161 concejalías, aunque no llegó a gobernar ninguna ciudad. Esta situación confirma que el electorado está mal dispuesto hacia la coalición de gobierno, pero quiere saber qué hará el laborismo si vuelve al gobierno en el 2015 como indican las encuestas.

Los comicios del parlamento europeo castigaron particularmente a los liberaldemócratas, que parecen cercanos a la extinción. Tenían 10 diputados y los perdieron todos. Los laboristas aumentaron su representación con 7 legisladores y los conservadores perdieron la misma cantidad. Sin embargo, los resultados del UKIP, que ganaron 11 bancas, pueden no repetirse. El electorado británico demostró repetidamente que vota de una manera en este tipo de elecciones y de otra cuando se decide quién gobernará.

La burbuja inmobiliaria

La desregulación del crédito hipotecario iniciada bajo el gobierno de Margaret Thatcher, y continuada por los laboristas, llevó a que la propiedad alcanzara precios record internacionalmente. Una vivienda minúscula en Londres vale un millón de libras (U$S 1.680.000), por lo que cada vez son menos los que pueden acceder a la casa propia, problema que se agrava porque se construye poco. A su vez, razones demográficas agravan el cuadro: las familias tipo ya no son tantas y es mayor el número de personas que viven solas. Con la crisis de 2008, el crédito hipotecario, que se había disparado, se retrajo, y con él la actividad económica vinculada al sector.

Como el gobierno de coalición por dogma abjura de planes de desarrollo industrial o de modernización de infraestructura –el único implementado, una nueva línea de subterráneo en Londres, fue heredado de los laboristas–, para aliviar la crisis de la vivienda apeló a un plan que facilitaba el adelanto exigido a quienes sacaban una hipoteca. El resultado fue que los precios de las propiedades en Londres subieron un 17% en pocos meses.
Frente a esto, José Viñals, director de estabilidad global del FMI, advirtió que podría desatarse una burbuja por el crecimiento del precio potenciado por el plan mientras que Mark Carney, presidente del Banco de Inglaterra, declaró que el boom de la propiedad constituía el mayor riesgo para la recuperación de la economía.
Dada la importancia del tema para el electorado, habrá que ver si el gobierno resuelve el problema con vistas a las próximas elecciones generales en mayo de 2015.


El evidente fracaso de la ortodoxia
Para el 2014 el gobierno estima, y en general lo hace mal, que el PIB crecerá un 2,9% anual y en 2015 un 2,5%. Después de una caída tan prolongada como brutal entre el 2008 y el 2013, con tasas de crecimiento negativas o positivas menores al 1%, cabría esperar un rebote más espectacular.

Según Poverty Site, a este escenario deben sumarse enormes desigualdades regionales en los ingresos, manifiestas aun dentro de Londres, y un total nacional de 13 millones de pobres, es decir, un 20% de la población. Antes de Thatcher, en 1979, el índice Gini era 0,26, mientras hoy es 0,41 (siendo 0 equivalente a igualdad total y 1 a desigualdad total).

Por su parte, 45 de los 59 obispos de la Iglesia Anglicana, junto con líderes religiosos de otros cultos, le escribieron al primer ministro señalando que “el hambre era una crisis nacional”. Citan al Russell Trust, que administra la red nacional que reparte alimentos a los necesitados: para 2013/14 informaron que 913.138 personas, de los cuales 330.205 son niños, recibieron bolsas con provisiones, un aumento del 163% desde el 2012/13. La razón principal de este incremento son los cortes a los subsidios sociales.

Hasta Justin Welby, el Arzobispo de Canterbury (anglicano), ex alumno de Eton y Cambridge, y alto ejecutivo de varias petroleras en su juventud, criticó al gobierno por cortar beneficios sociales y lo acusó de librar una guerra contra el norte, la zona más empobrecida de Inglaterra La elite tampoco gobierna para el ejército de 2,5 millones de desempleados, 6,8% de la población, porcentaje al que hay que agregar desempleados clasificados como minusválidos por el “traspaso” estadístico de la época de Thatcher y 4,6 millones de cuentapropistas.

Ocurre que una peculiar mezcla de factores como la flexibilidad laboral y de jornales, gremios debilitados, caída del salario y de la productividad, generalización de contratos basura y del cuentapropismo –al que se sumaron 367.000 personas entre 2008 y 2013– explica este grave problema social. El Reino Unido se constituye así en el caso prototípico de una evolución hacia la desigualdad que mina la gobernabilidad democrática, tal como lo explica Thomas Piketty.

Particularidades del sistema político

A pesar de sus inicios oligárquicos, el sistema político británico fue creando una serie de mecanismos democratizantes que demostraron ser eficaces para la administración del Estado. Sin embargo, en las últimas décadas el sistema ha vuelto a gobernar para pocos, y no busca solucionar los problemas de fondo que aquejan al sistema político y económico.
Su funcionamiento institucional se caracteriza: por ser un sistema electoral de circunscripciones uninominales, que crea un vínculo directo entre el legislador y su circunscripción; por una alta gobernabilidad que proviene de la elección por simple mayoría de los legisladores: de esta manera, los gobiernos con poco más del 40% del electorado logran el 60% de las bancas;  por la no separación entre el Poder Legislativo y el Ejecutivo, sólo hay separación con el Poder Judicial.

           Además, la estricta disciplina parlamentaria y la ausencia de requerimientos de quórum, hace que los gobiernos británicos de posguerra, según R. M. Punnett, puedan aprobar el 84% de la legislación que proponen, algo que los sistemas presidenciales nunca logran.

 Asimismo, el sistema judicial acata la supremacía del Parlamento. Nunca se cuestiona judicialmente una decisión gubernamental; no hay recurso de inconstitucionalidad.

      La Constitución por su parte – que es escrita pero no está codificada–, se reforma por una ley ordinaria.

E     En el caso de que se produzca una crisis política, se puede llamar a elecciones que se celebran a un mes de convocadas, mientras que a pocas horas de los comicios, el nuevo gobierno ya puede entrar en funciones, a menos que haya que gestionar una coalición.

Asimismo, el nivel de renovación de la clase política es alto: internaliza las derrotas y renuncia.  Para la elección siguiente el partido derrotado reorganizó sus propuestas y sus candidatos.

Por otro lado, desconocen el sistema federal. Las autonomías relativas de Escocia, Gales, Irlanda del Norte y Londres fueron otorgadas por ley del Parlamento durante la última administración laborista, y el mismo mecanismo puede anularlas. La excepción será lo que resulte del referéndum convocado por el gobierno del Partido Nacional Escocés para el 18 de septiembre de 2014. Cabe destacar que según todas las encuestas, el electorado escocés parece inclinarse a no votar por la independencia. Los escoceses están demasiado acostumbrados a buscar su fortuna en Inglaterra. La reciente crisis bancaria que afectó a dos bancos escoceses, solo pudo ser resuelta por la intervención del Banco Central británico.

Como señala Piketty, entre ambas guerras mundiales y hasta los 80, hubo políticas de planificación estatal que redujeron la desigualdad y permitieron al Reino Unido sobrellevar la crisis de 1930 y enfrentar sin aliados al nazismo, hasta la entrada de Estados Unidos en la guerra. Con el viraje hacia la derecha de fines de los 70, se aflojó la supervisión financiera y el rigor impositivo se diluyó, llegando a la dramática situación actual de desigualdad.

Una política externa estancada

La política exterior británica es la de un país penosamente consciente de su decadencia económico-militar que además no da muestras de creatividad e insiste con las constantes seguidas desde la Segunda Guerra.

En primer lugar, continúa su histórico poco entusiasmo por la Unión Europea. En los 50 y 60 el Reino Unido trató de crear un bloque rival que fracasó en su intento de competir con el entonces Mercado Común Europeo. Por esa razón, en los 70 solicitó ingresar pero De Gaulle se opuso. Su experiencia con Churchill durante su exilio en Londres le hizo predecir acertadamente que ese país siempre iba a preferir a Estados Unidos y al ex imperio. Por lo tanto, Gran Bretaña recién entró a la Unión en 1973 tras el retiro de De Gaulle, un ingreso tan cuestionado que tuvo que ser confirmado por plebiscito en 1975. Sin embargo, desde entonces siempre buscó excepciones y condiciones especiales, al punto de que la Unión Europea les reprocha ser “non-cummunautaire”. Asimismo, el Reino Unido objetó al euro por razones más emocionales que económicas, y se regocija en voz alta con las dificultades que generó en economías disímiles. En la actualidad, tanto el UKIP como los conservadores quieren otro plebiscito, por lo que la pertenencia o no a la Unión Europea continúa siendo un tema candente en la agenda política británica.

Por otra parte, el país tiene poca conciencia de la forma en que la globalización, junto con la decadencia económico-militar-tecnológica, han reducido la capacidad británica de tener una política exterior propia.

Los aislacionistas sueñan que el Reino Unido tiene peso suficiente para negociar solo, pero nadie en la Unión Europea comparte semejante delirio.

En cuanto al vínculo con Estados Unidos, Gran Bretaña busca con notoria desesperación continuar la relación especial que mantenía con el viejo socio transatlántico, que cada vez se manifiesta más atraído por otras regiones, como Asia o la Unión Europea, donde sabe que el Reino Unido no influye demasiado por su aislacionismo.

Con respecto a las ex colonias, mayormente las islas en el Caribe, le sirven como red de paraísos/guaridas fiscales, así como Gibraltar o las islas más cercanas al Reino Unido: Guernsey, Jersey y la Isla de Man.

Por su parte, la Commonwealth, creada para disimular la desaparición del imperio, es una ficción que sirve a fines culturales y políticos cuando no hay conflicto. Mientras que cuando sí hay problemas, como en el caso del apartheid, cada miembro persigue sus propios intereses.

Los países grandes hace décadas que tienen políticas exteriores autónomas, por lo que los únicos disciplinados son los paraísos/guaridas fiscales.

Siguiendo con otras latitudes, Latinoamérica es hoy una baja prioridad. Las importaciones y exportaciones británicas a la región no llegan al 3% de su comercio exterior. Hasta la guerra de Malvinas ni siquiera tenían espías en la región.
En relación al archipiélago en disputa, permiten que los kelpers, por ser blancos y de descendencia británica, ejerzan un veto sobre cualquier iniciativa relativa a América Latina, ya ab initio distorsionada por la renuencia británica a cambiar el statu quo en el Atlántico Sur. Este es quizás el delirio más flagrante de la política exterior británica teniendo en cuenta que, como señala Lord Shackleton (4), el reconocido experto en la economía de las islas, “las Malvinas no son económica ni demográficamente factibles sin la Argentina”.

Por último, Gran Bretaña se aferra a su adscripción al Consejo de Seguridad, ya que pertenecer a él es entendido como indicador de que aun se cuenta entre los grandes de la ONU. Durante décadas justificó así un gasto en defensa superior al 7% del PIB que distorsionó al conjunto de la economía. Por eso se utiliza en Gran Bretaña la metáfora de que el país compite como peso pesado cuando ya no lo es. Para seguir en el directorio de la ONU renueva una flota de submarinos nucleares porta misiles –reducida de 4 a 3– con tecnología prestada por Estados Unidos, que nadie entiende en qué hipótesis de conflicto serían usables.

Finalmente, se puede afirmar que la proyección mundial del poder militar británico se ha reducido más aún desde 2010. Su flota carecerá de portaviones probablemente hasta el 2020, y cuando entren en servicio, de todos modos no hay presupuesto para aviones. El esfuerzo realizado para la construcción de submarinos y portaviones es una clara evidencia de que los recursos requeridos para seguir en el club de las potencias medianas de rango superior están más allá de sus posibilidades fiscales. g

1. Ferdinand Mount, The New Few: A Very British Oligarchy, Simon & Shuster, Gran Bretaña, 2012.

2. Richard Brooks, The Great Tax Robbery: How Britain Became a Tax Haven for Fat Cats and Big Business, Oneworld Publications, 2013. 

3. El tipo de cambio utilizado es de £ 1= U$S 1.68. 4. En una conversación mantenida con el autor.

3. El tipo de cambio utilizado es de £1=U$S 1,68.

4. En una conversación mantenida con el autor.

(*)  Ph. D. Universidad de Cambridge, comentarista de temas argentinos y británicos, investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Cambridge.


© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur