Domingo 28 de febrero de 2010 | Publicado en edición
impresa
Entrevista con Guillermo Makin
"Hay que dificultarles la exploración petrolera"
Incomodar el
actual statu quo forzará a británicos e isleños a negociar. Eso es lo que
propone como estrategia central ante el conflicto este argentino, doctor en
ciencias políticas por la universidad de Cambridge, que ha asesorado a
distintas administraciones.
Por Hugo Alconada Mon
Por Hugo Alconada Mon
Adiós a la
idea de ver otra vez a la bandera argentina flamear sobre las islas Malvinas.
O, para más precisión, adiós a la idea de verla ondear en soledad. "Hay
que pensar en una soberanía más moderna, segmentada", invita y desafía a
la vez el profesor asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos de la
Universidad de Cambridge Guillermo Makin, quien se siente optimista sobre una
salida al conflicto irresuelto desde 1844.
Eso sí, siempre que los británicos abandonen su "intransigencia", aclara, y que los argentinos ejerciten algo más de "imaginación" y abandonen la comodidad de las meras declaraciones en las Naciones Unidas y otros foros.
Eso sí, siempre que los británicos abandonen su "intransigencia", aclara, y que los argentinos ejerciten algo más de "imaginación" y abandonen la comodidad de las meras declaraciones en las Naciones Unidas y otros foros.
"Nuestras aspiraciones
deben hacerse a la medida de la realidad. Y la realidad que nos favorece es que
las islas están lejos de Gran Bretaña, lejos de todo suministro",
argumenta Makin.
Por eso, afirma, la Argentina debe lograr que Chile, Uruguay y Brasil no les aporten suministros ni a los kelpers ni a quienes arriben para las exploraciones petrolíferas. "Entonces será nada más que una cuestión de sentarse a esperar y que la realidad lleve a los isleños a ver que tienen que relacionarse con nosotros", se esperanza.
Por eso, afirma, la Argentina debe lograr que Chile, Uruguay y Brasil no les aporten suministros ni a los kelpers ni a quienes arriben para las exploraciones petrolíferas. "Entonces será nada más que una cuestión de sentarse a esperar y que la realidad lleve a los isleños a ver que tienen que relacionarse con nosotros", se esperanza.
Politólogo, colaboró con el
gobierno argentino en los años 90 para determinar las perspectivas reales de la
exploración petrolera en las islas y antes testificó ante el Comité de
Relaciones Exteriores de la Cámara de los Comunes británica.
Ahora elogia la decisión de Cristina Kirchner de plasmar en "los hechos" la posición argentina para buscar o, incluso, forzar una integración, nacida de lo que considera la inevitable dependencia isleña del territorio continental. "Hay que hacerles incómodo el statu quo a los isleños y a los británicos, hay que dificultarles la exploración petrolera", pregona. Sólo así, dice, Londres se moverá "hacia el terreno de las negociaciones", donde ya observa a la opinión pública británica.
Ahora elogia la decisión de Cristina Kirchner de plasmar en "los hechos" la posición argentina para buscar o, incluso, forzar una integración, nacida de lo que considera la inevitable dependencia isleña del territorio continental. "Hay que hacerles incómodo el statu quo a los isleños y a los británicos, hay que dificultarles la exploración petrolera", pregona. Sólo así, dice, Londres se moverá "hacia el terreno de las negociaciones", donde ya observa a la opinión pública británica.
-¿Cómo se interpreta
hoy, en Gran Bretaña, este nuevo contrapunto por las Islas Malvinas?
-Los ingleses siempre nos
miran, como decía Inodoro Pereyra, con "disprecio". No pueden
entender, a pesar de que se los hice notar en la Comisión de Relaciones
Exteriores de la Cámara de los Comunes, que cualquier gobierno argentino,
especialmente uno elegido democráticamente, sea muy activo con respecto a
Malvinas. Siempre minimizan la respuesta argentina diciendo que se busca cierta
popularidad o que está saliendo de dificultades políticas. No pueden o no
quieren entender que es una respuesta esperable de cualquier parte del espectro
político argentino.
-¿Qué ocurre con la
repercusión en la opinión pública británica?
-Hay bastante más
repercusión que en otras ocasiones. El tema viene perdurando, aparece no sólo
en las portadas de los diarios sino también en las páginas que analizan la
política exterior. Pero siempre prima una actitud de displicencia o desprecio,
ya sea cuando se considera que se trata meramente de actitudes declarativas o
cuando se señala, por ejemplo, que el apoyo latinoamericano era de esperarse,
aunque no mencionan nada respecto de las colonias del Caribe que han apoyado la
postura argentina, ni señalan que las petroleras no quieren explorar o perforar
a menos que se solucione este problema [por la soberanía], algo que yo sé que
es cierto porque en su momento entrevisté por encargo del entonces ministro de
Relaciones Exteriores Guido Di Tella a empresas petroleras en Texas,
California, en Holanda y en Londres. Por eso es que hoy los isleños están
recurriendo a una compañía [exploradora] sin antecedentes. Además, la embajada
argentina debería hacer encuestas cada tanto entre la población acá, no en las
islas Malvinas, y demostrar que la opinión pública británica está totalmente
volcada a aceptar una transacción con la Argentina. La última [encuesta] fue en
los años 80, lamentablemente.
-¿Están dispuestos a
negociar, a pesar del derramamiento de sangre británica que hubo en las islas?
-¡Precisamente por eso! Lo
ven como una barbaridad que se hizo en aquel momento y que era totalmente
justificable porque era contra una dictadura. Pero ahora, una posición así
contra una democracia no tendría el mismo apoyo. Es cuestión de hablar con los
británicos en la calle o leer los diarios. Hubo un editorial del Guardian ,
por ejemplo, la semana pasada, totalmente favorable. Planteó que es hora de
crecer, una crítica a Gran Bretaña en cuanto a no seguir con la misma política
anticuada.
-Revisando los archivos,
sin embargo, encuentro que usted observa "intransigencia" en los
gobernantes británicos cuando se trata de Malvinas y "carencia de
imaginación" en sus pares argentinos, cierto "purismo" o
"exceso legalista". ¿Eso ha cambiado en los últimos años?
-No, estamos en lo mismo,
lamentablemente. Los británicos consideran que la guerra de 1982 se debió a que
ellos no demostraron interés [por las islas] y no fueron claros respecto a ser
intransigentes en el sentido de defender la determinación de los isleños. Por
eso hoy consideran que no deben cometer aquellos mismos errores y eso lleva a
su intransigencia. Por otra parte, los isleños son marcadamente antiargentinos,
como decía lord Shackleton [Edward, gestor de dos estudios sobre las islas
fallecido en 1994], algo que me dijo a mí varias veces en los años 80, por lo
que de ellos no es dable esperar una buena reflexión en este sentido.
Inclusive, nunca quisieron entender un elemento que siempre enfatizó Lord
Shackleton: las islas nunca iban a ser demográfica ni económicamente factibles
sin la Argentina, y esto se aplica a la exploración y la explotación petrolífera.
Entonces, esa debería ser la base de nuestra política exterior: promover una
integración como se aplicó en Europa para evitar conflictos. Eso requiere mayor
imaginación que la que ha desplegado cualquiera de los gobiernos argentinos
desde 1983. Kirchner [Néstor] comenzó bien, haciendo que el Irízar parara los
barcos pesqueros, evitando que más aviones volaran desde Chile, pero desde
entonces estamos en el nivel jurídico y declaratorio, aunque las últimas
medidas que ha tomado la presidenta Kirchner, como impedir que zarpara el barco
que al parecer transportaba tubos sin costura a Malvinas desde el puerto de
Campana, son adecuadas. Hay que hacerles incómodo el statu quo a los isleños y
a los británicos, que es lo que más les conviene a ellos y en lo que ha fallado
la Argentina. Esta otra medida anunciada de requerir permisos a todos aquellos
barcos que utilicen puertos argentinos o atraviesen aguas argentinas para
llegar a las islas, si es efectivamente implementada, hará que los británicos
empiecen a moverse hacia el terreno de las negociaciones, más allá de las
declaraciones.
-Para complicar este
statu quo, usted ha subrayado que la Argentina debería concertar estrategias
con Brasil, Chile y Uruguay. ¿Por qué?
-En los años 80, Uruguay
fue sondeado [por las islas] para obtener frutas y verduras frescas. Hoy,
seguramente, [los isleños] quieren obtener más suministros. Esa necesidad, no
sólo para la exploración, perforación y explotación [petrolera], sino también
para la población va a tener que aumentar y van a requerir más suministros
porque las islas no pueden apoyar una actividad de este tipo. Apenas si han
podido con la actividad pesquera, con enormes dificultades para la flota. Por
eso tenemos que cuidar nuestras relaciones con Uruguay, con Chile y con Brasil.
Por ejemplo, me entero de que parte de los suministros que han llevado a las
islas provienen de Brasil. Es importante entonces tratar de ver si eso es
cierto y, en ese caso, tomar acciones para garantizar que no se repita.
-Usted lamenta la falta
de imaginación argentina desde 1983, ¿pero sirvió de algo aquel
"paraguas" de los años 90?
-Yo nunca fui muy paragüero
[risas]. El gobierno de Menem [Carlos] trataba de demostrar una posición
distinta, pero que no llegó a nada y, en definitiva, creo que hemos llegado al
límite de su utilidad. A la Argentina no le ha dado ninguna ventaja y a los
británicos les ha dado todas porque han podido quedarse de lo más tranquilos,
desarrollar su industria pesquera y moverse hacia la posibilidad de una
industria de hidrocarburos. Ese tratado fue funesto y fue mucho más interesante
el acuerdo de hidrocarburos que se firmó en 1995, pero que lamentablemente ha
sido dejado a un lago. Le daba una injerencia a la Argentina que llevaba a la
colaboración, llevaba al cobro de regalías y a una integración, a un
acostumbramiento a trabajar juntos. En ese sentido, la medida de Di Tella era
adecuada.
-En una columna que
publicó en LA NACION , Lucio García del Solar aludió la semana pasada al doble
estándar de los británicos cuando se trata de las islas Malvinas o de la Diego
García...
-[Interrumpe] Sí, estoy
perfectamente de acuerdo con Lucio.
-¿Cómo explica ese doble
estándar británico, cuando Diego García cuenta con una importancia
geoestratégica muchísimo más elevada que las Malvinas?
-Muy fácil. Es un factor
que ha sido notable desde 1982 y que he conversado con varios funcionarios de
Cancillería, e incluso muchos directores de Malvinas. El problema para los
argentinos es que, a diferencia de los habitantes de Hong Kong o de cualquiera
de las otras islas que salpican los océanos Atlántico, Indico y Pacífico, los
isleños son blancos. Cuando partía la flota en 1982, Tatcher [Margaret] dijo:
"Son sangre de nuestra sangre y hueso de nuestros huesos". Ellos no
sienten lo mismo respecto de Hong Kong o Mauricio, y eso es lo que tenemos que
desarmar. Por eso falta imaginación. También tenemos que tener fuerzas armadas
que sean operacionalmente creíbles en el Atlántico Sur. Como dijo el asesor de
la comisión de Relaciones Exteriores Walter Little en 1982, si la Argentina
tuviera la capacidad de operar más de cinco minutos con sus aviones sobre las
islas, el Ministerio de Defensa británico le aconseja a cualquier primer
ministro que negocie. Pero no hemos hecho nada de todo eso.
-Toda esta discusión se
debe a que comienza la exploración de eventuales reservas. ¿Qué pasa si
encuentra petróleo?
-Multiplique todo por diez.
O por cien, si le da la gana. Pero tenga en cuenta lo que dijo Shackleton: si
tuvieron dificultades para hacer llegar la plataforma, si no sabemos cómo harán
para mantenerla abastecida, ¿cómo harán con varios pozos? ¿Cómo van a
mantenerlos funcionando? ¿Cómo mantendrán abastecido al personal? ¿De dónde
sacarán los suministros? Todo eso tiene que venir de la Argentina, como varias
veces me lo han dicho las compañías petroleras. Eso indica que es un terreno
para la integración, para trabajar juntos. No obstante, y según me han dicho
varios geólogos, en la zona norte de las Malvinas no hay tanto optimismo de que
haya reservas petroleras; donde existen mayor posibilidades de hidrocarburos en
cantidades comercialmente factibles es en las zonas compartidas, es decir, la
zona que está a mitad de camino entre Tierra del Fuego y las islas. En esa
zona, en los años 1994, 1995, había un acuerdo para hacer el trabajo de
exploración y de explotación en forma conjunta. Todo eso, el Congreso argentino
lo tiró por la ventana.
-¿Usted lo resucitaría?
-Claro.
-¿Para qué? ¿Para
atraerlos?
-En efecto.
-¿Toda esta discusión
beneficia en algo a Gordon Brown?
-No, en nada. Brown está a
dos meses de las elecciones, fecha que no puede cambiar porque el Parlamento
británico no puede durar más de cinco años y el último fue elegido en mayo de
2005. Está tratando de evitar los errores que cometió Thatcher al no mandar
ningún barco y por eso [Brown] ha tratado de cubrirse enviando una fragata y,
aparentemente, un submarino. Pero eso no lo beneficia en nada. Sólo lo
beneficia el debate con los conservadores, que quieren cortar cuanto gasto se
les ocurre porque no se han enterado de que existe el keynesianismo.
-Pese a todo, ¿se define
usted como un optimista respecto de las Malvinas?
-[Calla un instante] Yo
creo que sí porque, en definitiva, los isleños, con quienes he tenido largas
conversaciones, admiten que tienen que relacionarse con la Argentina. Si la
Argentina deja de lado su "legalismo" y aplica un grado de realismo e
imaginación, si ejercita mínimamente sus fuerzas armadas para demostrar que son
operacionales en el Atlántico Sur, y si se entiende la política británica como
comenzó a hacerlo Di Tella al venir muchas veces (nunca ha venido un ministro
argentino desde la época de De la Rúa)... Todas esas medidas, que requieren un
cambio, de estilo, sobre todo, y de contenido, pueden cambiar la situación.
Porque aun si descubrieran un yacimiento igual a Kuwait, las islas no van a
tener cómo explorarlo, ni explotarlo.
-¿Imagina volver a ver
la bandera argentina flameando en las islas mientras viva?
-Yo creo que ese es un
concepto antiguo, una soberanía del siglo XIX. Hay que pensar en una soberanía
más moderna, segmentada, como se aplica en la isla de Man o en las islas Alan
[islas autónomas de Finlandia] o en Andorra. Creo en una presencia argentina,
pero hasta podría dárseles un estatus especial. Entonces podría flamear la
bandera argentina junto a la británica. Pero como están las cosas, seguimos
yendo a las Naciones Unidas y haciendo declaraciones, mientras que allí sigue
sólo la bandera británica.
-¿Usted se inclina más
por una solución de este tipo que, por ejemplo, la vía que se siguió en Hong
Kong, con un acuerdo de entrega a 99 años?
-Mire, la Argentina no es
China. Cuando la Argentina tenga la población, la armada o el ejército chinos,
hablemos. Pero somos menos y tenemos menos recursos, entonces nuestras
aspiraciones deben hacerse a la medida de la realidad. Y la realidad que nos
favorece es que las islas están lejos de Gran Bretaña, lejos de todo suministro
y debemos asegurarnos que ni Chile, ni Uruguay, ni Brasil suministren nada.
Entonces será nada más que una cuestión de sentarse a esperar y que la realidad
lleve a los isleños a ver que tienen que relacionarse con nosotros. Pero
tenemos que ser menos truculentos en nuestras propuestas.
Mano a mano
Radicado desde 1977 en Gran
Bretaña, Guillermo Makin dice que aprendió mucho de los británicos. Por
ejemplo, cómo plantear sus ideas más agudas sin caer en desplantes. "Con
los ingleses es posible discutir, pero no hay que perder la chaveta, ni la
altura", dice. Quizá por eso, el politólogo describe a los británicos como
"intransigentes" y defensores de un "doble estándar", y
llega al hueso con sus críticas sobre los argentinos.
Quizá por eso, también, es
que este académico que pasó por las universidades de Londres y de Belgrano
ofrece una visión del conflicto alejada de las ideas convencionales y los
estereotipos. O cruza el límite lingüístico "sagrado" de argentinos y
británicos por igual. Los primeros hablan de "Malvinas"; los
segundos, de las "Falkland". Pero él extiende la idea de la
"soberanía segmentada" a los nombres "Malklands" o
"Falkinas", términos que utilizó en los diarios The Guardian y The
Telegraph.
Makin, en suma, no es el
académico argentino habitual, que cuida sus palabras con tanto o más esmero que
sus ideas. Puede citar a Roberto Fontanarrosa como a embajadores, funcionarios
y legisladores de ambos países con los que dialogó, siempre por las islas,
durante las últimas dos décadas. Pero su afabilidad no le impide afirmar que la
Casa Rosada debería dejarle en claro a Londres que buscará negociar por las
buenas, pero que también cerrará todos los torniquetes posibles hasta forzar la
negociación.
© LA NACION
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